Alcmeón – Revista Argentina de Clínica Neuropsiquiátrica

Liliana N. Avigo

El presente trabajo es una terorización fragmentaria acerca de la praxis del tratamiento de la psicosis en un marco institucional.

Teniendo en cuenta la articulación de recursos, su forma de implementación y sus objetivos, se enfatiza el tratamiento psicoterapéutico individual.

Conviene partir de la definición misma de psicosis, existiendo francas disidencias en las diversas teorías etiológicas.

Se produce, en cambio, una convergencia en cuanto a los mecanismos patogénicos y a las manifestaciones sintomáticas, llámense falta de lazo social, suspensión de la participación en la cultura, ruptura con la realidad, forclusión del nombre del padre, producciones delirantes y alucinatorias, regresión al proceso primario, o defusión pulsional con predominio de la desagregación.

Estos fenómenos confluyen retrospectivamente hacia un defecto inicial en la construcción del sujeto y prospectivamente (librada a su curso) a un desastre creciente en la subjetividad y en lo conductual.

Considerando el tema históricamente, la concepción y el tratamiento de la psicosis ha padecido la marca del orden social dominante, el cual genera una precomprensión (preinterpretación) de los fenémenos.

Siempre conocemos una interpretación o versión de los hechos y la que generamos es, a su vez, una versión de aquélla.

Desde la ideología de lo demoníaco en la Edad Media, pasando por el desvío moral y la sinrazón del iluminismo, hasta la fe en la ciencia del positivismo de mediados del siglo pasado, han transcurrido siglos hasta que se produjo un viraje desde la segregación y lo custodial al valor de los dichos y el decir del paciente, ésto es bajo la forma de mensajes cifrados.

Con la introducción del psicoanálisis freudiano, a fines del S XIX, se abre una nueva concepción del sujeto, a partir de la dimensión del ser ya no entero y pleno sino escindido, destronando el dominio de la conciencia y la razón.

Los otros grandes hitos están constituídos, por un lado, por la introducción de los tratamientos biológicos y psicofarmacológicos de mediados de nuestro siglo, por los vertiginosos avances en la neurofisiología y neuroquímica cerebral, hasta nuestros días, y por el otro, por los tratamientos comunitarios que comienzan en la década del ’50.

Transcurrimos actualmente, más allá de los remanentes míticos de ideologías tributarias del cartesianismo, por una etapa de articulaciones entre los distintos niveles de comprensión y por ende, de abordaje de un paciente.

Conocemos que el psicoanálisis no puede dar cuenta desde lo conceptual y desde la praxis de todas las cuestiones referentes a las psicosis.

Tampoco la psicosis es un ente autoengendrante al margen de la trama que la constituye ni la respuesta psicofarmacológica es del tipo estímulo-respuesta, sino mediada por una condición individual con todas sus implicancias.

Se trata de abarcar los momentos claves del desarrollo de esa personalidad con sus condiciones facilitadoras y perturbadoras y no de tener meramente un concepto puntual de la etiología.

Una abordaje integrado implica tener en cuenta todos los aspectos de la vida del paciente comprometidos en y por la psicosis desde los hábitos sociales esenciales hasta los espacios creativos, pasando por diversas áreas de producción tendientes a la toma de posición de lo subjetivo.

De acuerdo con esto último, el equipo terapéutico está constituído por un psiquiatra que tiene a su cargo la coordinación del trabajo en sus distintos aspectos, un psicólogo, terapeutas de familia, asistentes sociales, acompañante terapéutico, y demás miembros del equipo a cargo de áreas tales como musicoterapia, taller de creación, terapia de grupo y grupo de convivencia.

No debe entenderse que ésto significa hiperestimulación insensata sino un hacer con las posibilidades del paciente.

La imbricación de los niveles psicofarmacológico y psicoterapéutico permite reducir manifestaciones fenoménicas tales como delirios, alucinaciones, desorganización de la conducta, permitiendo una acción más operativa de la psicoterapia.

Ésta tiene su armazón conceptual en el psicoanálisis, en lo que respecta a la comprensión dinámica de esa psicosis que viene tallada por una historia cultural y simbolismos particulares.

En cuanto a la praxis o tipos de intervenciones individuales, la carencia de la operancia metafórica alusiva, al decir de algunos autores, impide la aplicación del psicoanálisis habitual con sus reglas.

El delirio atrapa con su sentido al delirante en un lugar diferente al del enigma que el síntoma postula como desplazamiento metafórico.

Hablamos de proceso terapéutico entendiendo por tal un conjunto de acciones tendientes a lograr objetivos que iremos desarrollando. Si tomamos la acepción de proceso de Klimovsky, tiene que ver con un encadenamiento causal, es decir, que de alguna manera, los estados posteriores son determinados por los anteriores. El proceso marcha hacia un objetivo y termina cuando éste se alcanza.

Sin entrar en discusiones acerca de si hay estrictamente o no transferencia en las psicosis, estas están dadas en alguien que no es “todo psicótico”. Y el proceso terapéutico transcurre por distintas etapas que implican la instalación de una transferencia particular.